En la política, especialmente en la de los países en vías de desarrollo, la confusión entre el poder de la cartera y el verdadero liderazgo se vuelve una constante. Cada vez que se aproxima un nuevo ciclo electoral, aparecen rostros que, apoyados por las instituciones que controlan, se presentan como los futuros salvadores de la patria. Sin embargo, ¿es esto un reflejo de liderazgo genuino o simplemente el resultado de tener acceso a recursos económicos?
Recordemos el 2019, cuando el Partido de la Liberación Dominicana (PLD) estaba en el poder. En ese momento, surgieron varios funcionarios que fueron considerados presidenciables: Temístocles Montás, Radhamés Segura, Carlos Amarante Baret, Gonzalo Castillo, Francisco Domínguez Brito, Andrés Navarro, Manuel Crespo, Maritza Hernández y Melanio Paredes. De todos ellos, Gonzalo Castillo fue el elegido, no por un liderazgo arrollador, sino por su capacidad para movilizar apoyos dentro del partido, incluyendo a diputados, senadores y alcaldes. ¿El resultado? Una derrota aplastante en 2020, que mostró claramente que la posesión de una cartera no garantiza el liderazgo necesario para ganar unas elecciones.
Avancemos a 2024. Nuevamente, esos "líderes" del pasado no pudieron evitar la derrota de su candidato, Abel Martínez, frente al actual presidente Luis Abinader del Partido Revolucionario Moderno (PRM). ¿Qué nos dice esto sobre la naturaleza del liderazgo en nuestro contexto político? Sencillamente, que tener el control de un presupuesto no es sinónimo de liderazgo real.
Hoy, mientras el PRM celebra su victoria y la reelección de Abinader, comienzan a emerger nuevos nombres como presidenciables para 2028. La prensa se apresura a laurear a estos funcionarios, ignorando que la verdadera prueba de un líder no está en el manejo de recursos, sino en la capacidad de inspirar y movilizar a las masas, de generar cambios significativos y de sostener una visión que trascienda los ciclos electorales.
El PRM y sus dirigentes deben aprender de los errores del PLD. No deben dejarse engañar por las apariencias y deben diferenciar entre aquellos que simplemente tienen acceso a fondos y aquellos que poseen la visión y la capacidad para liderar una nación. Un líder no es quien ocupa una posición de poder, sino quien puede influir y dirigir incluso sin esos recursos. Es alguien que, en momentos de crisis, puede unir y guiar a la población hacia un futuro mejor.
La historia reciente nos ha demostrado que poner la confianza en funcionarios con presupuesto, pero sin verdadero liderazgo, es una receta para el fracaso. El PRM debe abrir los ojos y seleccionar a sus futuros líderes no por su capacidad de controlar fondos, sino por su habilidad para liderar, inspirar y transformar. Solo así evitarán repetir los errores del pasado y asegurarán un futuro más estable y próspero para nuestro país.
Es hora de dejar de confundir la gestión de recursos con el verdadero liderazgo. La próxima generación de dirigentes debe surgir de su capacidad para conectar con el pueblo, para entender sus necesidades y para proponer soluciones viables y sostenibles. Solo entonces podremos hablar de una auténtica renovación política y de un liderazgo que realmente merezca ese nombre.