Lo siento, chico, no te amo. Tu color de piel o tu acento no me quedan. No quiero ver lo que muestran tus ojos. Ese iris de tierra ardiente, de sangre y orina derramada que se escapa del puro horror. No quiero que digas de donde vienes, de ese lugar que es lo tuyo y lo mío -nunca seremos los mismos- nos hemos vuelto inhabitables. Tengo que callarte, entiéndeme, no puede haber confusión. No dejes que nadie sospeche que te gusta mojar galletas en leche o que miras compulsivamente dibujos animados en la televisión. Que nadie piense que eres simplemente un niño.
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