Editorial | Rusia mira a Latinoamérica

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Editorial | Rusia mira a Latinoamérica

La guerra de Ucrania ha contribuido de forma decisiva a cambiar la naturaleza de las relaciones de Rusia con los países de América Latina y el Caribe. Los gobiernos de la región no se han sumado a la política de sanciones decidida por Estados Unidos y la Unión Europea, y en ello no ha tenido una influencia menor la estrategia de Moscú en dos ámbitos: el político-económico y el de la información y la propaganda. Ha dejado de ajustarse a la realidad la vieja creencia de que Venezuela, Cuba y Nicaragua son los únicos anclajes de Rusia en el continente, entre otras razones porque crecen los vínculos comerciales con Brasil, México y Argentina y el régimen autoritario de Putin resulta un interlocutor cómodo para gobiernos que nada tienen que ver con la antigua esfera de influencia ideológica de la URSS.

La Conferencia Parlamentaria Internacional Rusia-América Latina, celebrada a finales de octubre, fue la cita escogida por Vladímir Putin para concretar el acercamiento a una región que considera crucial para hacer realidad un multilateralismo en el que países como Rusia discutan la influencia de Estados Unidos y China. La presidencia 'pro tempore' de los BRICS, que ostentará en 2024, es la otra herramienta de proyección internacional de Putin, con Brasil como socio indispensable y altavoz de esa relación. Entiende el Kremlin que, de esta manera, puede replicar al sur de Estados Unidos la misma política expansiva que la OTAN y la UE han desarrollado en Europa en dirección a la frontera occidental de Rusia.

De momento, la diplomacia rusa ha logrado quebrar en varias ocasiones la unidad del bloque latinoamericano tanto en la ONU como en la OEA cuando se han sometido a votación resoluciones o declaraciones condenatorias de la invasión de Ucrania. Pero ese dato es insuficiente para alcanzar los objetivos que se ha fijado Moscú mientras las cifras de sus intercambios comerciales con América Latina representen solo el 1% del total regional –unos 6.000 millones de dólares–, menos de la décima parte de las exportaciones de EEUU y muy lejos de los 120.000 millones de las de China. Ni siquiera la posibilidad de que Rusia acceda a través de terceros a tecnología de última generación que no puede adquirir en los países occidentales es capaz de corregir esas cifras de forma significativa, falto de dinamismo el sector exportador ruso, cuyos únicos nichos son la energía, la minería y los cereales.

Los cambios en la presidencia de Colombia, Chile y Brasil, la venta de armas a varios países y el recuerdo de la diplomacia de las vacunas, que Rusia suministró en la fase aguda de la pandemia de covid, parecen factores que favorecen el desarrollo de una nueva relación con Latinoamérica. También facilita la entrada en otros países la nula exigencia del Kremlin en cuanto atañe al orden democrático y el respeto por los derechos humanos. Y la receptividad, desde países y sectores con cuentas pendientes por la política de EEUU en el continente, al cínico discurso del propagandismo prorruso que pretende liderar un frente del sur global contra el "imperialismo yanqui" al tiempo que se perpetra una agresión expansionista en Ucrania. Con todo, precisamente el entramado de intereses políticos, económicos y culturales de Estados Unidos constituyen el obstáculo mayor para un cambio sustancial en el reparto de papeles en el continente.

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